Sísifo en Sirte – Artículo de Bru Rovira

Compartimos el artículo que escribió Bru Rovira a raíz de su participación en la Mesa Redonda sobre «Responsabilidad Periodística en la Lucha contra la Pobreza«, que organizó la Coordinadora de ONGD el día 13 de octubre de 2011

Sísifo en Sirte (Ara, 30-10-2011)
Bru Rovira
Hace unos días asistí en Madrid a un debate sobre el periodismo solidario. Se discutía qué podía hacer el periodismo para dar a conocer la pobreza en el mundo y ayudar a mejorarla. Pronto, el debate cogió un tono apocalíptico, de final de época, y la cosa derivó en un tipo de catarsis colectiva en que, si lo tuviéramos que resumir en una frase, la pobreza del tercer mundo es un camino de rosas al lado de la amargura, el desconcierto, la frustración y el malestar propio, del cual el periodismo tiene una parte importante de responsabilidad.

Lo que me pareció entender de las quejas que expresaba la audiencia presente en la sala es que lo que nos desconcierta no es tanto la falta de información, la manipulación o el engaño, la censura o la falta de calidad, sino la dificultad para convertir el exceso en alguna cosa sólida. La paradoja de tenerlo todo al alcance, de verlo en directo, al instante, y repetido una y otra vez y no acabarlo de entender, porque cuando lo queremos atrapar descubrimos que se deshace por todas las costuras, es una mayonesa cortada, un puré imposible de solidificar: «pensamiento líquido», como dice el filósofo Zygmunt Bauman. Por otro lado, tenemos tanto ruido en la cabeza que resulta prácticamente imposible concentrarse, tejer una mínima idea coherente, una idea propia, porque cuando te parece que estás a punto de hacerlo un nuevo principio de idea te distrae y acaba, también, tragado por un alud sin fin.

Así, a medida que se iban produciendo las intervenciones del debate tenía la impresión de asistir a la escenificación de un tipo de mito de Sísifo de la modernidad, con el periodismo y la comunicación como principales protagonistas. Y que las redes sociales, el Twitter y toda la parafernalia de iPhones, ordenadores y teléfonos móviles que participaban activamente del debate enviando señales aquí y allá desde la sala y recibiendo también constantemente del exterior, ves a saber con qué finalidad, repetían la experiencia trágica de Sísifo, el héroe clásico castigado a levantar una enorme piedra y arrastrarla hasta la cumbre de una montaña una y otra vez para verla rodar después cuando caía pendiente abajo. «Al final de este largo esfuerzo -escribe Albert Camus-, medido por el espacio sin cielo y el tiempo sin profundidad, consigue la meta. Sísifo mira entonces como la piedra baja durante unos instantes hacia aquel mundo inferior desde el cual habrá que remontarla hasta las cumbres. Vuelve a bajar a la llanura».

Manuel Vicent describe de una manera magnífica y muy mediterránea esta repetición absurda. Lo hace en la piscina de la playa de la Malvarrosa, cuando el saltador sube una y otra vez al trampolín en una demostración que quiere impresionar a las chicas pero que acaba derivando en un castigo, un acto sin finalidad: el salto y la ascensión convertidos en un gesto inútil. El Roto trata el mismo tema con una imagen contundente: un hombre habla por teléfono ante un ordenador abierto. «Gracias a las nuevas tecnologías me informo al segundo y olvido al instante», dice el texto.

Reflexiones necesarias
Las últimas semanas han pasado algunas cosas en el mundo y en nuestro país de una importancia enorme, cosas como el final de la violencia de ETA y la muerte de Gaddafi. Son cuestiones que nos obligan a reflexionar sobre temas tan importantes como la guerra, la violencia terrorista, la justicia, la democracia, la revuelta. Pero la impresión general -impresión manifiesta al mencionado debate en Madrid- es que las cosas importantes sobre las cuales nos interpelan estos hechos acaban diluyéndose, agitadas por un alud de emociones, de imágenes, de informaciones, un tipo de fango cerebral que tan pronto como entra por los ojos o por las orejas se va por el estómago.

Si cogemos, por ejemplo, el caso de Libia, vemos una secuencia según la cual primero hay una revuelta popular y después la OTAN interviene militarmente con el objetivo, dicen, de proteger la población civil amenazada por Gaddafi. Finalmente, hay una guerra y el acto que pone fin es el linchamiento de Gaddafi a manos de los soldados del Consejo de Transición, después de que dos aviones franceses pararan con misiles el convoy que huía de Sirte.

Lo que ha pasado en Libia, pues, lo tiene todo para que se haga un debate y se saquen conclusiones y responsabilidades sobre el mundo donde vivimos. El debate sobre la «guerra preventiva» o la «guerra justa» (la «injerencia humanitaria», como dicen los franceses, o la «responsabilidad de proteger» -R2P-, como dicen los norteamericanos). También el debate sobre la democracia y el encaje del islam en el mundo de hoy. Ya ha explicado el historiador Eugene Rogan que en los países árabes los islamistas ganarán cualquier elección libre y justa que se celebre al final de las revueltas. Las responsabilidades y los intereses también nuestros con la dictadura. Con la muerte de Gaddafi, «los gobiernos occidentales pueden respirar tranquilos», escribe un comentarista del Foreig Policy, que no quiere ni imaginar lo que podría salir si se hiciera un juicio público. El papel del Tribunal Penal Internacional. La práctica de los asesinatos selectivos como pasó con Bin Laden -con Obama hablando de la voluntad divina!- y pasa cada vez más en el Yemen y en Somalia.

Pero todo esto no lo podemos atrapar, convertirlo en un debate mínimamente sólido. Las imágenes son demasiado fuertes: Gaddafi agoniza entre la masa, lo vemos como intenta hablar lleno de sangre en el rostro, nos debatimos entre mirar o dejar de mirar, dudamos si está bien lo que vemos, si disfrutamos, si se lo merece -el malparido-, si quizá tendría que haber un juicio… Escalamos la subida, la piedra cae, volvemos a bajar a recogerla, no paramos.

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