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Siente un pobre en su mesa: de Plácido a Ryanair

Reflexión muy recomendable sobre la extraordinaria película Plácido, del genial Berlanga.

La escribe nuestra compañera Montse Santolino, de la Federació Catalana de ONGD.

Reflexión de Bru Rovira sobre el Cuerno de África

Compartimos este artículo de Bru Rovira sobre el Cuerno de África porque nos parece extremadamente interesante. Una buena lección del buen hacer periodístico.

Política, aparte de caridad
BRU ROVIRA | Actualizada el 2 9/07 /2 01 1 00:00 – ARA

La historia de la familia de Osmail Moalim que nos explica desde Mogadiscio el periodista Mustafa Haji de la agencia AFP es muy reveladora de la tragedia que viven estos meses miles de somalíes. Osmail es originario de un pueblecito situado en una de las regiones del sur más castigadas por el hambre. Hace tres meses tenía sesenta vacas, pero los animales se fueron muriendo uno tras otro. Consciente de que lo mismo le podía pasar a toda la familia, Osmail decidió emprender una larga caminata de tres días hasta la capital. Durante el trayecto, dos de los cuatro hijos murieron de sed y de hambre y un tercero, el más pequeño -de un año de edad- expiró a las puertas de la ciudad. «No he podido evitarlo», explica Osmail con lágrimas en los ojos mientras entierra a su hijo en una tumba cavada en la tierra seca, en medio de un descampado cerca del aeropuerto.
La tragedia de los somalíes representada en la vida de la gente corriente, como el caso de la familia de Osmail, parece que no se acabará nunca. La ONU dice estos días que el hambre que afecta Somalia y otros países de la región y hace peligrar la vida de 12 millones de personas, es la peor que se ha vivido desde hace 19 años. También las ONG alertan con términos apocalípticos sobre esta nueva crisis humana, y no faltan las fotos de moribundos o las frases que quieren llamar la atención y hablan del campo de refugiados de Dadaab, en la frontera somalí, como «el más grande del mundo». Al parecer, se tiene que hacer llorar y se tiene que usar el marketing para clamar humanidad y solidaridad. Para que te hagan caso los periódicos y la televisión. Para que lleguen a los agonizantes algunas migajas de los países ricos.
El fracaso de la esperanza
No hay forma, sin embargo, de que estos temas se traten en las secciones políticas y económicas -como la deuda griega, por ejemplo-, ni que movilicen ministros y presidentes con la misma energía que los moviliza el mundo de las finanzas, de la guerra o, incluso, de la democracia, como ha pasado recientemente y por poco tiempo con las revueltas árabes.
Hace 19 años, dice la ONU. Al menos desde hace 19 años, tendríamos que añadir si de lo que queremos hablar es de la vida frágil de esta gente olvidada, en una región sin ningún proyecto de futuro para sus pobladores. Algunas cosas, sin embargo, han cambiado desde hace 19 años. El mundo occidental quiso demostrar entonces que salía victorioso de la Guerra Fría organizando una gran misión humanitaria en Somalia, con el nombre de “Devolver la esperanza” .
Fracasada aquella misión, se pasó de querer proteger a los somalíes a querernos proteger de ellos. Proteger a los barcos de pesca en una operación militar costosísima (¿por qué no se ocupan los militares de hacer llegar la comida a los hambrientos?). Y protegernos, por supuesto, del terrorismo potencial que puede haber entre los grupos que prueban a dictar su ley en medio de las ruinas del Estado.
Hace unos días, el semanario The Nation explicaba cómo en Mogadiscio, cerca del aeropuerto, hay una prisión secreta de la CIA – al estilo de Guantánamo- con detenidos que traen en vuelos secretos desde diferentes países de la región. Y que también, como ya se está haciendo en Yemen, se actúa militarmente con ataques de aviones no tripulados, acciones comando o ataques selectivos con misiles. De forma que en Somalia no se ha dejado de estar nunca.
Incluso el ejército español entrena soldados. Otro asunto es la tragedia de la familia de Osmail y lo que les pueda estar pasando a sus compatriotas. Si no fuera por las fotos que llegan o por el hecho de que estamos en verano, quizá ni se hablaría.